martes, 10 de noviembre de 2009

UN MURO CAE, OTROS CRECEN...

1. Un muro cayó, otros crecen…

Hoy, 9 de noviembre 2009, se “festeja” la caída del Muro de Berlín erigido en 1961, también conocido como Muro de la Vergüenza. Al pie del antiguo muro, Angela Merkel, Michail Gorbachov y Lech Walesa, rodeados por miles de berlineses, por curiosos del mundo entero y enviados de la prensa internacional. Mientras que en 1999 no se hizo ninguna celebración, parece que la cifra veinte indujó un pequeño milagro, el del recuerdo.
Claro que hace una década, era más difícil pensar en celebraciones: diez años no habían sido suficientes para dejar a los alemanes del Este en condiciones similares a las que prevalecían en el Oeste. Fabricas cerradas, insuficientes inversiones, en breve, los estigmas de lustros de dominación autoritaria y de desarrollo abortado dominaban aun el panorama de los “Oosties”. Ciertamente el comunismo de cuarteles como se llegó a llamarlo, más había hecho para reprimir que para impulsar. Recordar la caída del muro hubiera podido degenerar políticamente frente al rencor y el sentimiento de abandono que estaba muy presente en la época y aun domina en ciertos estratos de la sociedad de la antigua Alemania del Este.
Pero este 9 de noviembre, el discurso de la canciller fue orientado a reconocer las dificultades que pasaron quienes vivieron del lado este, mismas que ella conoció también por haber nacido de ese lado del muro. El río parecería haber reencontrado su cauce.
Pero para el resto del mundo ¿es momento de celebración? ¿Ya se cayeron todos los muros? Lejos de eso, podemos afirmar que la erección de muros ha sido una acción reiterada. Cayeron los muros de Jericó, cayó el muro de Berlín, pero ¿cuántos muros más se han construido más y cuántos muros antiguos han persistido en su afán de separación?
El muro es antes que todo una marca física fácil de entender para quien se encuentra de un lado o del otro del mismo, aunque la valoración depende del sentido mismo de la erección del muro: estar adentro significa protección si uno es parte del grupo que construyó el muro. Así, las murallas medievales de castillos y ciudades otorgaban paz y seguridad a quienes disfrutaban de su protección: cuando atacaba un señor de guerra y sus tropas, los campesinos cruzaban miedosos las fuertes elevaciones que separaban el castillo o la ciudad del campo circundante. Aun si la protección podía no ser tan efectiva, el sentimiento de seguridad era evidente.
Todavía hoy, la diferenciación geográfica se desdobla en una valorización distinta que le otorga todo su sentido: cuando se habla de París “intramuros” (lo que es una metáfora porque no existe más muralla física), se hace referencia a la parte central de París que cuenta con las mejores condiciones, mientras que el “exterior” esos suburbios donde, según el presidente Nicolás Sarkozy vive la “chusma” (la “racaille”) es el área de todas las fantasías sobre la vida de sus habitantes y el riesgo que representan para la gente “bien” que vive en la ciudad interior.
Vivir afuera es vivir en el error: esta es una conocida expresión mexicana con relación al presupuesto. También se aplica a la ciudad: vivir en áreas céntricas tiene cada vez más valor, extinguiendo, por lo menos entre ciertos segmentos de la burguesía, el imaginario de la casa propia en la periferia, con sus imágenes de vida sana y paz bucólica.
Un muro entonces no es una simple separación física: es la señal de una diferenciación clara y afirmada en el mismo espacio. La presencia de un muro marca de manera visible, paisajística, pero también mental, esa exclusión de un modo de ser a otro; sea de ciudad a campo, de raza elegida a raza impura, de país a país, de sistema político a otro. Más ignominia que los muros que cerraban los guetos de Varsovia y otros, difícilmente se puede encontrar. Más sin embargo….
Celebrar la caída del Muro de Berlín no puede tener un carácter universal si bien nos toca a todos felicitarnos de que los alemanes pudieron eliminar una de las barreras más vergonzosas de la segunda mitad del siglo XX. Pero han crecido otras, y no fueron edificados forzosamente por sociedades fascistas frente a sus vecinos-
En México, nuestra afrenta permanente es el Muro de la Tortilla, edificación inconclusa siempre perfeccionada que multiplica las edificaciones físicas con las virtuales de los sistemas de vigilancia electrónicas. Muro de muros, la edificación fronteriza relega a México a un estatuto de segundón en un proceso de liberalización que irónicamente fue promovido acérrimamente por los propios dirigentes de la época y que continua siendo una suerte de leitmotiv de los actuales. Cuando se festeja la destrucción de aquella edificación berlinesa, nosotros cumplimos quince años de haber aceptado un Tratado de Libre Comercio parangón de la eliminación de las barreras de todo tipo, pero generador del mayor muro construido en la historia de la humanidad. Sin más comentarios…
No nos olvidemos tampoco de otros muros de la vergüenza, como el que se encuentra en curso de edificación entre Palestina e Israel. Prefiero no decir los “territorios palestinos”, para abrazar la idea de que los palestinos deben ser reconocidos como Estado libre y soberano. Tan contradictorio es que un pueblo que merece también poseer un espacio-nación y que ha padecido los muros vergonzosos de los guetos y los aun más despreciables de los campos, sea ahora quien siga la táctica de sus torturadores. Ese muro, igual que el nuestro en la frontera norte de México, separa familias, dificulta el desarrollo de la parte más débil, marca para siempre la mente del rechazado con un sentimiento de vergüenza por su estado subalterno que desemboca en odio y, en casos como el palestino, llega a alimentar la locura terrorista.
¿Por qué construimos muros? ¿Cuáles son las razones profundas de esa locura que edifica la separación, que hace física la distancia mental que separa, que deforma el paisaje con una marca de formidable peso en el imaginario de edificadores y sus víctimas? Antes que todo, es la debilidad que aprisiona la mente de los que prefieren alejar que integrar; es también la incapacidad de entender que es justamente cuando nos encontramos con los otros que podemos construir nuestra propia identidad, como tan bien lo han demostrado ciertos antropólogos; es finalmente, es fruto del miedo del más poderoso a perder lo que acumuló, con frecuencia a expensas de aquellos mismos que descarta, que aleja de sí mismo.
Hemos formado así un mundo de divisiones físicas cada vez más notorias, cuando la ideología que sostiene el modelo dominante destila un discurso de apertura. Curiosa contradicción que se expresa no solamente en muros como los mencionados, sino en múltiples formas de separación geográfica: desde las comunidades cerradas, las puertas blindadas, hacia los puentes que separan comunidades étnicas en la antigua Yugoslavia, el periférico que se vuelve la nueva fortificación parisina, hasta el espacio virtual en el cual prevalece una segregación de acceso según los ingresos.
Entre las tareas del siglo XXI está la de derruir los muros que conducen a un mundo donde reina la falta de entendimiento y las desigualdades más vergonzosas entre segmentos de la sociedad. Hablar de sociedad mundial o de libertad internacional es solamente un mito más, una construcción imaginaria que oculta la proliferación de muros reales y virtuales y de todas esas barreras que separan lo que debería ser unido.

2 comentarios:

  1. Los muros... la formación de exclusiones, de segregaciones sociales por una u otra razón... ¿cual? no importa! la que este en ese momento a la mano o en la mesa de discusión ¿discusión? para qué si casi en toda la historia de la historia se han formado muros... Es curioso cuando hablas de "intramuros" de París, recuerdo los documentos del siglo XVIII, donde se alude a esa separación, aún en ciudades que, como Querétaro, nunca fue fortificadas, de modo que nuevamente se evoca al traslado sin cortapisas de las concepciones de ciudades eurpoeas de antaño, del traspaso sin reflexión de 'otras' culturas...
    Pero tal vez los muros más importantes no sean precisamente los construidos, los que se pueden derribar y hasta festejar (acaparar piedritas para después vederlas!), tal vez los muros más difíciles de derribar son los propios, son los que fácilmente podemos construir en la mente y en nuestro quehacer cotidiano...

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  2. En general, estoy de acuerdo con la crónica, salvo que lamentablemente, no será en este siglo XXI cuando puedan derruírse muros; y seguramente y con tristeza veremos la construcción de otros que por razones económicas, étnicas, religiosas y más, y probablemente con nuevos formatos habrán de erigirse con los mismos propósitos de separación, a fin de que los grupos de poder no sean "contaminados" por aquellos a quienes se les segrega.
    Si observamos el propio caso del Muro de Berlín, vemos que entonces y hasta la fecha hubo y hay corrientes que no ven con simpatía su desaparición, entre otros motivos, porque representó un retraso para la consolidación de la Comunidad Europea, principalmente en lo que se refiere a su moneda y en general a la economía de este bloque
    Eliminar un muro, cualquiera, implica llevar a cabo esfuersos de integración a través de programas en materia de educación, vivienda, trabajo, cultura y muchos más, para los cuales se requiere la aplicación de recursos; y en este tiempo,cuando la carrera de los dominantes hacia mejores estadios de bienestar y de poder, principalmente económico es su laymotive, difícilmente distraerán sus recursos en aras de proyectos de integración por los cuales verán frenados sus propósitos básicos de liderazgo.
    ¿Qué hacer entonces?. Ya es momento de crear y/o fortalecer instancias globales con el poder y la influencia necesarios para evitar que surjan nuevas atrocidades como las que implican la creación de guetos que marquen diferencias entre dominantes y dominados

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