lunes, 13 de junio de 2011

EL MAPA Y EL TERRITORIO


No suelo ser comprador compulsivo de las obras literarias en lengua francesa premiadas por cábalas de “especialistas”; más bien diría que me causan repulsión. Pero frente al título “La carte et le territoire” (“El Mapa y el Territorio” ), última obra de Michel Houellebecq y premio Goncourt 2010, mi corazón “geográfico” no pudo resistir a la tentación de leerlo. A decir verdad, Houellebecq es un escritor muy particular en la constelación literaria francesa: en cierta forma marginal, rockero, tocando temas inquietantes y controvertidos socialmente hablando, no resulta ser un personaje particularmente atractivo, y sus obras inquietan tanto como atraen . Houellebecq es –afortunadamente- alguien que no conoce la expresión “políticamente correcto….
De su amplia producción, no toda reconocida por los críticos, destacaré “las partículas elementales” donde retrasa a su manera algo voyerista y cínica, el malestar de una generación. “Plataforma” , un libro en el cual este malestar se conjuga con el turismo sexual, resultó ser una bomba para muchos lectores, e inclusive le valió una demanda de los editores de la guía turística “Le Guide du Routard”, adulada tanto por los residuos de la época hippie como por los Bobos (Burgueses Bohemios), por el tono particularmente despreciativa con el cual un personaje de la obra habla de esa guía, misma que confunde muchas cosas de México y allende nuestras fronteras.
Houellebecq, en esta nueva entrega, nos ofrece una novela particularmente atractiva que retoma sus reflexiones anteriores sobre su generación, una visión particularmente autocrítica de su propia persona que se vuelve un personaje clave de la obra y una trama donde la novela policiaca no es ausente . Todo ello con dosis muy fuertes de cinismo, de crítica social encubierta o directa, a través de una prosa quizás seca, directa y sin enroscamientos en torno a iluminaciones pseudo- filosóficas. A sus 53 años (nació el 28 de febrero de 1958), para muchos el escritor es el representante de cierta generación, “la generación Houellebecq” que exhibe el abismo interno de sus miembros en la representación de los personajes de sus obras.
Jed Martin, el personaje principal de la obra, hijo de un arquitecto enriquecido por la construcción de desarrollos turísticos, y con una madre que se suicida muy joven, se frota con la carrera de arquitecto, dibuja y se ubica en una posición diletante frente al mercado laboral. El azar de un viaje en automóvil con su padre para ir al entierro de su abuela, lo hace descubrir los mapas carreteros de la empresa Michelin, famosa sobre todo por su producción de llantas. Houellebecq hace decir a Jed:
“Este mapa era sublime…[…]…Nunca había contemplado un objeto tan magnífico, tan rico de emoción y de sentido como estas mapas Michelin escala 1/150,000 de la Creuse, Haute-Vienne. La esencia de la modernidad, de la aprehensión científica y técnica del mundo se encuentra mezclada con la esencia de la vida animal. El dibujo era complejo y bonito, de una claridad absoluta, utilizando solamente un código restringido de colores. Pero en cada una de las aldeas, de los pueblos representados según su importancia, se siente la palpitación , el llamado de docenas de vidas humanas, de docenas o cientos de ánimas-unas prometidas a la damnación, las otras a la vida eterna” (2010: 54).
El descubrimiento estético de Jed Martín lo llevará a consagrar una fase de su exitosa vida artística a la fotografía de esos mapas, fotografías que llegaron, según la novela, a volverse verdaderas obras de arte. El mecenazgo de la misma empresa Michelin, fascinada de ver sus mapas tradicionales transformados en arte y claramente consciente de lo que el aval artístico puede significar para sus volúmenes de venta, llevan a Jed Martín a un éxito poco ordinario en el mundo del arte. Las reproducciones fotográficas se venden a buen precio, a través de una página especializada tal y como ocurre con los clichés tomados por fotógrafos de reputación internacional.
Ver al mapa como una obra de arte, particularmente cuando éste se ha vuelto de una precisión técnica irreprochable, con convenciones muy establecidas, puede ser entendido como una cierta mirada crítica y cínica de Houellebecq frente a un mercado del arte particularmente especulativo, para el cualsubastar un dibujo en la esquina de un mantel de papel de cierto artista conocido puede llevar a ganas millones.
Pero a la vez, nos vuelve a lanzar una interrogación particularmente fuerte sobre la relación entre la producción del conocimiento geográfico y la estética. Humboldt fue sin duda el primero en hablar del goce estético frente al conocimiento geográfico en la introducción de su gran obra “Cosmos”. Pero frente a la rigidez de las convenciones cartográficas y a la tesitura científico-idolatra de ciertas corrientes geográficas, tenemos derecho a preguntarnos sobre la permanencia de un sentimiento estético en la geografía.
Esta parte, aunque no sea el centro de la novela, donde el autor llega a introducir la “artialización” de la cartografía tradicional a través de la fotografía artística de los mapas que emprende el personaje central, es eminentemente reveladora de una tendencia instructiva para quienes practicamos la geografía, no solo como actividad alimenticia sino esencialmente como promesa de conocimiento y de satisfacción científica. El conocimiento en sí es obra de arte para la humanidad y como tal merece un reconocimiento en ese sentido. Por ello es que no pocos geógrafos o cientistas sociales aparentados no dudan en releer a sus “clásicos” con una mirada distinta, donde la calidad artística (sea el talento literario, sea la expresividad del mapa o de la fotografía) forma parte inherente de la calidad de la obra y realza el conocimiento. En verdad, las fotos, películas y series televisivas de YannArthus-Bertrand ¿no son ahora quizás la mejor forma de enseñar a los estudiantes la belleza intrínseca de la naturaleza como forma de generar un verdadero amor por el planeta tierra que el desarrollo faústico borró de nuestras mentes?
Aparte de esta reflexión y de la relación a la geografía que proviene de esta línea de desarrollo de la novela, quiero señalar una segunda y última que me parece de una justeza de juicio particularmente fuerte: el autor hace una presentación crítica de la transformación de los pueblos rurales franceses en un futuro no tan lejano, cuando éstos, retomados por los “nuevos habitantes rurales” lo transformaron de aldeas retrógradas y desiertas en pequeñas concentraciones humanas abiertas, cosmopolitas y de regreso “al terruño”: una lectura obligatoria para todos aquellos que se interrogan sobre los impactos de las “migraciones de amenidades” (aquellos movimientos de población generados por el deseo de una vida mejor, como la de los americanos a ciertas ciudades de México o de los ingleses al sur de Francia) y de la nueva urbanización de las áreas rurales.
Con Houellebecq es difícil saber dónde empieza la crítica cínica de los que expone y dónde plasma un verdadero sentimiento y una reflexión sentida sobre los temas de sus novelas: que critique el mercado del arte, no lo podemos dudar; que encontró esa estética cartográfica que subraya a través de la fotografía de mapas que emprende su personaje central, no me atrevería a afirmar que es real o quizás es solamente parte de la subversión irremediable de todos los temas que atraviesa sus obras. Pero para el geógrafo, no nos puede dejar indiferente esos momentos de una obra literaria que, en este caso, mereció ampliamente el reconocimiento que le otorgaron. Además cualquier obra literaria es parte de este conocimiento del mundo al cual nuestra profesión contribuye también a su manera.

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