domingo, 20 de noviembre de 2011

TO TRAMP THE WORLD

Yi-Fu Tuan, en un texto de 2004 (Place, art and Space, Center for American Spaces, Santa Fé, Nuevo México) usa la expresión “to tramp the world” que se puede traducir por “vagabundear en el mundo” en referencia a un joven que se dedicó a recorrer el mundo sin orden previo. Esto me lleva a escribir unas notas sobre el "nomadismo" en nuestras sociedades actuales, un tema que busca articular la noción del ser, con la del arraigo al espacio, algo que confunde mucho los geógrafos desde siempre. Empezaré por unos recuerdos y reflexiones de mis vivencias personales que apuntan, en mi entender, directamente al tema. La primera remonta a mis primeros años de vida. Quizás tenía seis años. Mi abuelo solía ir el domingo al "Circulo Católico" de su ciudad natal, Erquelinnes, ubicada en la frontera franco-belga. Constituidos para enfrentar el alcoholismo del proletariado, los múltiples círculos de este tipo también atraían la gente bien, católicos persignados y atentos a la salud moral de sus congéneres. Ese domingo, mi abuelo jugaba billar, con mi padre y mi tío, en ese momento bendito para ellos entre la misa de las 10 y la hora sagrada de la comida, iniciando con un consabido aperitivo de Oporto, sin duda mejor que el vino de consagrar que se empinaba el cura. En el local entró un hombre sencillo: no un vagabundo sucio y andrajoso, sino un trabajador limpio, vestido con ropa tan modesta como sus ademanes discretos. Pidió una cerveza que le sirvió el cantinero. Después, este se fue a la parte privada del local, desde donde habló a los gendarmes. Ni tardos ni perezosos, estos se hicieron presentes en unos breves minutos, ni siquiera el tiempo suficiente para que el hombre terminara su cerveza. Inmediatamente le pidieron sus papeles, le obligaron a exhibir una cantidad mínima de dinero, que éste no tenía, y al fin lo llevaron por vagabundo. Puedo acordarme todavía de mi coraje, de mi sensación de injusticia hacia ese hombre que solo tenía sed, y quería tomar una simple cerveza. Era de esos trabajadores itinerantes que iban de granja a granja a ofrecer sus servicios, jornaleros nómadas que vivían entre granja y granja, caminando por veredas del campo, personajes que tan bien describió el escritor francés Jean Giono en sus obras sobre la Provenza de la primera mitad del siglo XX. Para la mentalidad de mi infancia, era peligroso el hombre que no tenía domicilio fijo, que no podía demostrar una dirección clara y tener un mínimo de recursos en el bolsillo. Con la modernización del campo y el boom económico de los sesenta, esas figuras tradicionales desparecieron. Dejé de ver a esos trabajadores con la cara arrugada de tanto sol, con ese paliacate rojo en torno al cuello que servía para todo, desde secarse la transpiración, como envolver algo, con esas bolsas tan reducidas donde llevaban prendas y objetos personales (¿qué podían llevar en esas bolsas? me preguntaba yo...). Más grande, los nómadas siempre me atrajeron: los gitanos en primer lugar; sin orígenes fijos, envueltos de misterio y de leyendas sobre la belleza de sus mujeres; músicos extraordinarios unos como el guitarrista de Jazz Django Reinhardt que, por cierto, nació en Charleroi (cerca del lugar de origen de mi familia) seguramente una escala más en los deambulares de su familia gitana. También los judios: nómadas involuntarios, forzados a la diaspora, reunidos finalmente en una patria medio legítima medio robada. Me gustan los ojos de las mujeres judías, quizás porque reflejan tantos paisajes reales o soñados que llevan en sí, a veces sin saberlo. Me gustan los mongoles y sus deambulares en esos territorios que parecen incapaces de nutrir ni a una humilde vaca. Cuando estudié arquitectura, me enamoré de sus tiendas-casas, tan comodas y relativamente fáciles de montar: una lección de tecnología para crear un habitat mínimo y funcional que todas las mentes que trabajan en Ikea están lejos de poder imitar en sus ´lineas de "mobiliario mínimo". Hace poco hice la cuenta: viví en 17 casas diferentes desde mi nacimiento. No es ningún reto a la estabilidad, sino el resultado de un modo de vida ni siquiera precario, sino simplemente móvil. No me siento un Jack Kerouac que se la pasa "en el camino". ni quisiera emularlo. No obstante profeso mi admiración por los beatkniks y sus búsquedas tanto espirituales como cuasi geográficas y por ello escribó un ensayo sobre ellos. Lo reconozco, la movilidad me trabaja por adentro, me llama, no el camino en sí, sino el descubrimiento: pero éste solo se puede lograr a partir del movimiento, de la apropiación del camino, del andar entre paisajes siempre cambiantes y por ende efímeros. Y esto me lleva a unas reflexiones finales a manera de preguntas que espero poder desarrollar y quizás en parte responder en otras notas como ésta: ¿De qué manera la movilidad transforma nuestro ser? ¿Será que el homo-movil es mejor que el sedentario, al contrario de lo que se profesó por muchos siglos en el mundo occidental? y si aceptáramos más la movilidad, no a la manera neoliberal sino como un compromiso con el mundo, ¿cómo evolucionaría nuestra visión del mundo? ¿la humanidad sería más pacífica? En este sentido, quizás las famosas NTIC, las nuevas técnicas de información y comunicación tienen algo bueno ya que nos permiten ser nómadas en el mundo virtual y sedentarios en el mundo real; quizás por eso el turismo (inteligente, ¡obvio!) es un avance de la humanidad. Tengo muchas preguntas más...muchas preguntas que atacan nuestro núcleo duro de conformismo, en el cual el conformismo del sedentarismo es quizás el peor, porque lleva, pienso yo, al odio del otro, a lo patriotero, a la cerrazón, al único respeto por lo que es cerca. Seguiré...