lunes, 9 de julio de 2012

TURISMO, INFRAESTRUCTURA Y VIDA COTIDIANA:


Hablar de turismo puede resultar complejo en la actualidad, cuando observamos a lo largo del mundo entero, distintas concepciones y formas de proponer un producto vendible a supuestos “turistas”. Desde quienes venden reproducciones religiosas en las calles de Nazaret, étnias en busca de nuevas formas de sostenerse y mantener su identidad a través de formas de “turismo autóctono” hasta empresarios de alto vuelo y capitales gigantescos que edifican hoteles suntuosos en numerosas partes del mundo.
¿Qué es entonces el turismo? ¿Quiénes son los turistas? Esas preguntas aparentemente sencillas no resultan evidentes y las contestaciones suelen ser ambiguas sino contradictorias entre sí. Existe sin embargo, un modelo dominante sustentado en el desplazamiento masivo de poblaciones del Norte del mundo hacia el Sur, particularmente en una busca de sol, playa y naturaleza, factores tan importantes que, como es el caso del sol, puede ser garantizado por contrato y si no se rembolsa el viaje.
Las experiencias de los diversos países que se han insertado en el turismo internacional con un éxito notorio son muy diversas entre sí: todo ha sido útil y aprovechado para impulsar esas actividades turísticas que, en boca de las instituciones nacionales e internacionales que las miden, gestionan y pretenden regular, son un formidable generador de empleos, un impulso al desarrollo de regiones atrasadas y, last but not least en tiempos de cambio climático, menos agresivas hacia el ambiente (por lo pronto es lo que expresa el discurso oficial). Así, la naturaleza, los paisajes humanizados, el patrimonio étnico y el patrimonio construido, las tradiciones y los festejos, así como las manifestaciones artísticas, han sido literalmente exprimidas como factor de atracción de los turistas, particularmente los que acuden a un país allende de las fronteras, por el significado económico que implica.
En este documento, nos preocuparemos por presentar y analizar los diversos modelos turísticos que están presentes en México, y particularmente, nos interesamos en entender cómo una megalópolis como la ciudad de México, ha sido capaz de desarrollar un modelo propio donde el diseño y las infraestructuras han jugado un papel preponderante.

1.   Una historia particular

Los orígenes del turismo internacional en México remontan a los años veinte del siglo pasado: hecho sorprendente si se recuerdo que México apenas salía de la guerra civil que siguió el inicio de la Revolución de 1910 y que no mermó sino hasta casi los años treinta. Fueron esencialmente americanos que buscaban en México un descanso diferente, hacia algunos destinos de playa, zonas arqueológicas y ciudades importantes.
Sin embargo, eso modelo inicial de turismo esencialmente por carreteras –mismas que distaban de ser de buena calidad- fue rápidamente dominado por el interés de la burguesía dominante en los negocios y la política en desarrollar áreas costeras y muy particularmente Acapulco.

Esta localidad de escasos habitantes fue progresivamente invadida por los primeros hoteles y turistas internacionales y por los miembros de la élite mexicana ligada al cine, a la política y a las actividades económicas lucrativas que empezaron a repuntar a partir de los treinta cuando el país recuperó su tranquilidad. Esta ubicación a siete horas de la ciudad de México por tierra, no dejó de volverse una especie de imán para la clase media mexicana que crecía a la sombra de lo que después se llamará “desarrollo estabilizador” o “desarrollo por sustitución de importaciones”. Hablando de “importar”, el modo de vida americano fue adoptado sin restricciones por quienes anhelaban salir del “atraso” y conquistar su pequeña porción de modernidad. A  la par de la adquisición de viviendas modernas que seguían los patrones del funcionalismo arquitectónico de moda, de utensilios domésticos diversos que inducían a las amas de casa a imitar sus modelos americanos, las vacaciones a la playa se convirtieron en un anhelo creador de desarrollo.

En este contexto, se asistió a la articulación entre dos conjuntos de imaginarios: aquellos relacionados con la modernidad y los que remitían a imaginarios turísticos de naturaleza y ocio. El primer grupo conllevó a que el modelo turístico acapulqueño se sostuviera en hoteles en altura, con elevadoras, alfombras, bares americanos, aire acondicionado, discotecas y demás “pedazos” de una modernidad importada y descontextualizada con relación a la situación mexicana de la época. Por otra parte, para aquellos migrantes a la gran metrópolis mexicana (La ciudad de México rebasó su primer millón de habitantes hacia 1950), era natural asumir ese imaginario que recorrió el mundo y que planteaba a la playa, el sol y el mar, como los tres elementos fundamentales del imaginario del paraíso perdido que, como se ha analizado en numerosos trabajos, es el eje del modelo turístico costero que se ha impuesto como panacea para que países menos desarrollados pudieran “entrar en turismo”.

Acapulco mostró de manera contradictoria, una fuerte aceptación de los modelos de diseños de hoteles y estructuras turísticas de su época, pero careció siempre de la infraestructura urbana adecuada, lo que provocó, al paso de los años, que perdiera competitividad a nivel nacional e internacional, aun si procesos como el cierre de Cuba por la revolución de 1959 reorientó los flujos turísticos americanos hacia México.

2.    Un modelo llamado “planificado”

Hacia fines de los sesenta el modelo de Acapulco se había erosionado considerablemente, no todavía entre la clientela, sino más bien desde las perspectivas de su sustentabilidad ambiental y su articulación con la ciudad-destino: ésta, saturada de migrantes pobres en busca de un mejor destino, era formada por una delgada línea de lujo y placer –el frente de playa con los hoteles y algunas decenas de metros hacia el interior después de una avenida costera con equipamientos, comercios y residencias turísticas, y un amplio hinterland urbano que tomaba altura subiendo las laderas del anfiteatro natural de la bahía de Acapulco. Las descargas sin control de desechos sólidos y líquidos hacia la bahía provocaron una crisis ambiental dramática y todavía no totalmente solucionada.

En este contexto, el gobierno mexicano decidió de promover un nuevo desarrollo de gran escala, Cancún, cuyo diseño urbano planificado le permitiera evadir las contradicciones evidentes del modelo acapulqueño: Una larga sucesión de hoteles sobre una franja isleña, una zona urbana moderna separada de la zona hotelera, infraestructura de calidad y protección al ambiente constituyeron las orientaciones centrales del modelo, a lo cual un lujo ya erosionado en Acapulco se volvía la característica esencial para su promoción.
Este modelo creció con cierta dificultad al inicio para volverse el paradigma del desarrollo turístico costero en México, fruto de alabanzas en las esferas internacionales y de no pocas imitaciones como en Cuba y la República Dominicana: México parecía haber alcanzado el Parnaso de la calidad turística.

Por lo demás, otros desarrollos habían crecido a la sombra de los anteriores y tendrán sus modelos propios aunque todos basados sobre las mismas premisas: una masificación de la demanda, deseada por los promotores; un desarrollo “modernizador” con hoteles en altura, restaurantes de lujo, variados servicios de entretenimiento; desarrollo de marinas; en algunos casos recepción de cruceros; en breve, todos los atributos de un modelo globalizado de desarrollo turístico que ha recorrido el mundo como la panacea económica, y el anhelo de las masas en busca de descanso.

3.   Las alternativas

Las limitaciones de un modelo de ese tipo y las contradicciones evidentes de esos emprendimientos turísticos han sido subrayadas por muchos autores. Aun sin apoyos directos ni tantas inversiones, han florecido en México otros modelos turísticos con características muy diferentes. Presentaremos brevemente algunos modelos relevantes y nos dedicaremos por el resto de este escrito, a analizar cómo la ciudad de México, megalópolis por excelencia, ha construido un modelo propio que no carece de méritos.

Si bien el turismo de playa es una componente esencial no solo de los flujos turísticos nacionales sino de las inversiones que en materia turística se realizan en México, se presentan otros modelos, como el turismo hacia el interior. Esencialmente este turismo recibió por muchos años a mexicanos, en busca de la cultura nacional o regresando a sus lugares de origen en visita familiar o como turistas. A ellos se adjuntaron siempre una cantidad reducida de turistas internacionales más proclives a un acercamiento cultural a México  que a un ocio playero. Las ciudades llamadas “medias” pudieron así recibir su parte de maná turística y aprovecharon la nueva boga del aprecio para el patrimonio para rescatar sus centros históricos donde se desarrolla una oferta turística para varios niveles socioeconómicos. Esta situación ha sido particularmente exitosa en los últimos años.
La otra boga, la del regreso a un mundo más “natural” ha propiciado el llamado “ecoturismo” en sus formas más extremas como en sus aproximaciones vagas por empresas que han “enverdecido” sus negocios tradicionales. Este modelo, también en expansión, cuenta a su turno con el interés de propios y ajenos y se “vende bien” a nivel internacional. Al lado de estos dos modelos emergentes, otros siguen su curso como el de los “mochileros” (“Backpakers”), el turismo de aventura  el deportivo, en fin, una multiplicidad de opciones que han logrado desarrollar nichos interesantes de mercado.

Cabe ahora revisar la experiencia de la ciudad de México, particularmente relevante por la complejidad de una megalópolis de más de veinte millones de habitantes que ha logrado sortear muchas dificultades para desarrollar un modelo propio de turismo, lejos de las murallas de hormigón costeras de Acapulco o de las costas mediterráneas, y de los desarrollos ex-nihilo como Dubai o la misma Las Vegas. Si bien como lo señala Venturi y otros, hay algo que aprender de las Vegas, también no cabe duda que las lecciones suelan ser más negativas que positivas.

Cierta forma de turismo estuvo presente en la ciudad de México desde fines del siglo XIX, situación explicable por la sensible modernización de la misma emprendida por el dictador Porfirio Díaz, que atrajo no solo inversionistas ingleses, arquitectos italianos y franceses, gente del mundo del espectáculo, entre otros. Tiendas departamentales, un museo nacional de cierta relevancia, la calidad de sus edificaciones coloniales y la atracción que representaban sus nuevas construcciones oficiales fueron parte del atractivo de la ciudad. Con todas las diferencias que podemos encontrar obviamente, no cabe duda que la construcción del Palacio de Bellas Artes tuvo, para el desarrollo y la imagen de la ciudad, un efecto comparable con, por ejemplo, la reciente construcción del Museo Guggenheim en Bilbao o de la Ciudad de las Ciencias y las Artes de Valencia: pedazos de modernidad avanzada que modifican el paisaje urbano y aportan un toque de modernidad avanzada (por su época).

El factor que desencadenó el crecimiento de la actividad turística en México fue la edificación de nuevos hoteles por la Olimpiada de 1968; la disposición de hoteles modernos y el hecho de que el paso por la ciudad de México era obligado por la ausencia de conexiones directas entre el extranjero (e inclusive el resto del país) y los destinos de playa, fueron factores muy favorables para el desarrollo del turismo. Las dos líneas nacionales que daban servicio aéreo en aquel entonces (Mexicana de Aviación y Aeroméxico, ahora completadas con otras líneas desde la desregulación del aire de 1986 y la permisividad a los vuelos charters directos del extranjero hacia ciudades de playa) lograron un desarrollo considerable bajo el ala protectora del Estado central omnipresente en la aviación como en muchos otros sectores, entre el cual el turismo, para el cual desarrollaba infraestructuras, otorgaba financiamiento para hoteles y restaurantes esencialmente de calidad superior, y definía la política turística.

Lo que parecería esencial entender es cómo la ciudad de México entró en competición con los destinos de playa y con otros destinos internacionales urbanos, en el marco de una acérrima competencia entre ciudades en el contexto de la globalización.

La primera constatación remite a la relevancia del patrimonio construido: al igual que muchas ciudades en el mundo, la modernidad de los sesenta y los setenta del siglo pasado no dudó un momento en derrumbar joyas arquitectónicas del pasado. La política del buldócer ha sido signo de modernidad en México y por doquier. Sin embargo, lo que se llama “Centro Histórico de la ciudad de México” ha logrado cierto respecto por lo que todavía cuenta con más de 1600 edificios clasificados como patrimonio nacional, además de la declaración de 1984 del conjunto del centro como patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Como bien se sabe, esas declaraciones han sido la mejor sino la única respuesta a los destructores voraces. Y aun así, la presencia de edificios funcionalistas muchos de mal gusto, afea una ciudad de por sí compleja. Sin embargo, algunos como la Torre Latinoamericana, ejemplar paradigmático de la arquitectura moderna con sus 52 pisos, acabaron por ser integrados adecuadamente a la oferta monumental de la ciudad.  

De tal suerte, la ciudad cuenta, en su área central, con una mezcla interesante de arquitectura colonial, porfiriana (fines del siglo XIX e inicios del XX) y moderna (posterior a la segunda guerra mundial esencialmente). Paradigmático es el entorno de la Alameda central donde conviven todos los estilos en una suerte de paisaje multi o trans-temporal. Lo anterior ha sido también la garantía de que el centro mantenga una fuerte actividad económica, aun si la población residente ha conocido una baja considerable: millones de oficinistas transitan por el centro y una proporción de ellos siguen trabajando en el centro, aun si las casas matrices de los bancos, las principales oficinas de gobierno, y hasta las autoridades eclesiásticas han huido del centro hace décadas.

La actividad económica del centro genera movimiento, vida, presencia de servicios que contribuyen en la atracción hacia el Centro Histórico. Por otra parte, las tendencias a la recuperación de los centros históricos que se pueden ya plantear como una suerte de paradigma globalizado, han tenido efecto en la ciudad. Si bien el regreso de población hacía las áreas centrales se ha hecho lenta por el tráfico vehicular, las condiciones de inseguridad no totalmente controladas y la carencia de equipamientos y servicios, se puede observar tanto un proceso de “gentrificación” progresiva (que algunos autores prefieren llamar “elitización”) como un proceso de creación de nuevos negocios adaptados a las demandas conjuntas de los oficinistas que trabajan en el centro, de los nuevos residentes y…de los turistas. Así, el Centro Histórico ha emprendido una nueva vida sustentada en una población residente permanente (de “viejos” y “nuevos” habitantes), y un contingente importante (es más, decisivo en número de personas) de  residentes “efímeros” sean turistas, trabajadores que regresan a sus hogares periféricos en la noche o simples visitantes (urbanitas metropolitanos de compras, de paseo el fin de semana, resolviendo trámites por ejemplo).

La dimensión cultural de este modelo de vida urbana articulada con el turismo es una dimensión a la cual no se puede escapar. La multiplicación de museos por ejemplo, ha sido ejemplar en la ciudad: más de cien museos a la fecha, de diversos tamaños, relevancia y sabores, es algo que debe señalarse. La riqueza tradicional de la cultura mexicana puede explicar este aspecto, pero no debe menospreciarse la actividad creativa de instituciones (por ejemplo el Museo Interactivo de Economía que desarrolló el Banco Central), de empresas (el Museo del Zapato de la tienda Borseguí) o el Museo del Estanquillo promovido por Carlos Monsiváis, destacado cronista de la vida megapolitana de la ciudad de México, que no duda en calificar de post-apocalíptica.

A este contexto céntrico que constituye la mayor parte de la oferta y de la demanda turística, habrá que agregar aquellos barrios tradicionales, antiguas localidades que fueron absorbidas por la trama urbana de fuerte expansión, como Coyoacán o San Ángel, o la zona lacustre de Xochimilco, que sigue encarnando un imaginario de vida campestre que muchos urbanitas de la ciudad de México añoran, sabiéndolo o no.

4.    ¿Hacia dónde?

Nadie negará la relevancia para el turismo mundial del modelo masivo de “sol y playa” aunque mucho no nos guste: concentra las inversiones, genera la mayor cantidad de empleos y de captación de divisas para las economías locales y –no lo olvidemos- sigue manteniendo una demanda muy intensa. Si bien se han acumulado los problemas en los últimos años, unos externos como el reciente virus AH1N1, los ataques terroristas y obviamente la crisis económica, otros internos como sus espectaculares efectos de degradación ambiental o la crisis inmobiliaria, no cabe duda que la menor chispa de nuevo crecimiento de las economías desarrolladas, da marcha para un nuevo avance de este modelo.

Sin embargo, existen alternativas como lo demuestran experiencias a lo largo del mundo. El caso de la ciudad de México es particularmente relevante porque no solamente la ciudad presenta condiciones difíciles sino porque la competencia interna de los destinos balnearios es inmensa. En la ciudad de México, sin una tremenda participación del Estado como por ejemplo en Cancún, se ha logrado consolidar un modelo que parece tener buenas perspectivas.

Asociándose el turismo con la vida cotidiana de las ciudades tiene serias ventajas, como es, de principio, el uso compartido de infraestructura entre residentes y turistas. Esto es evidentemente lo propio del turismo urbano en general y debe reconocerse que también puede llevar a ciertas contradicciones. También suena particularmente interesante que la condición de urbanita efímero que adquiere el turista en un centro histórico por ejemplo (sea Londres, México, Madrid o Barcelona) es una demanda real de la población mundial: mientras que los modelos morfológicos urbanos actuales imponen la residencia periférica de las mayorías, se ha construido un imaginario de regreso a la vida urbana particularmente intenso que tiende a modificar los imaginarios turísticos y canalizarlos más hacia los pocos lugares donde la vida urbana se mantiene más intensa. Por ello es que, a pesar de los problemas ya mencionados, un Centro Histórico como el de la ciudad de México, ofrece atractivos evidentes para estos nuevos turistas que privilegian su fusión en la vida urbana antes de otras actividades: por ello es que se pueden multiplicar nuevas actividades que les ofrecen servicios también dirigidos a los demás habitantes, a la población que trabaja o transita por el centro.

La reconstrucción de nuevos estilos de vida, basados en la intensidad de las relaciones urbanas, en la ciudad como objeto de deseo, y en la posibilidad de compartir la experiencia urbana, representa una potencialidad de mejorar los centros urbanos, intensificar la vida urbana, recalificar las actividades intraurbanas y ofrecer mejores condiciones de vida en corazones metropolitanos que suelen haberse degradado sustancialmente en el marco de la modernidad destructora del pasado.

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