lunes, 9 de julio de 2012

TURISMO, INFRAESTRUCTURA Y VIDA COTIDIANA:


Hablar de turismo puede resultar complejo en la actualidad, cuando observamos a lo largo del mundo entero, distintas concepciones y formas de proponer un producto vendible a supuestos “turistas”. Desde quienes venden reproducciones religiosas en las calles de Nazaret, étnias en busca de nuevas formas de sostenerse y mantener su identidad a través de formas de “turismo autóctono” hasta empresarios de alto vuelo y capitales gigantescos que edifican hoteles suntuosos en numerosas partes del mundo.
¿Qué es entonces el turismo? ¿Quiénes son los turistas? Esas preguntas aparentemente sencillas no resultan evidentes y las contestaciones suelen ser ambiguas sino contradictorias entre sí. Existe sin embargo, un modelo dominante sustentado en el desplazamiento masivo de poblaciones del Norte del mundo hacia el Sur, particularmente en una busca de sol, playa y naturaleza, factores tan importantes que, como es el caso del sol, puede ser garantizado por contrato y si no se rembolsa el viaje.
Las experiencias de los diversos países que se han insertado en el turismo internacional con un éxito notorio son muy diversas entre sí: todo ha sido útil y aprovechado para impulsar esas actividades turísticas que, en boca de las instituciones nacionales e internacionales que las miden, gestionan y pretenden regular, son un formidable generador de empleos, un impulso al desarrollo de regiones atrasadas y, last but not least en tiempos de cambio climático, menos agresivas hacia el ambiente (por lo pronto es lo que expresa el discurso oficial). Así, la naturaleza, los paisajes humanizados, el patrimonio étnico y el patrimonio construido, las tradiciones y los festejos, así como las manifestaciones artísticas, han sido literalmente exprimidas como factor de atracción de los turistas, particularmente los que acuden a un país allende de las fronteras, por el significado económico que implica.
En este documento, nos preocuparemos por presentar y analizar los diversos modelos turísticos que están presentes en México, y particularmente, nos interesamos en entender cómo una megalópolis como la ciudad de México, ha sido capaz de desarrollar un modelo propio donde el diseño y las infraestructuras han jugado un papel preponderante.

1.   Una historia particular

Los orígenes del turismo internacional en México remontan a los años veinte del siglo pasado: hecho sorprendente si se recuerdo que México apenas salía de la guerra civil que siguió el inicio de la Revolución de 1910 y que no mermó sino hasta casi los años treinta. Fueron esencialmente americanos que buscaban en México un descanso diferente, hacia algunos destinos de playa, zonas arqueológicas y ciudades importantes.
Sin embargo, eso modelo inicial de turismo esencialmente por carreteras –mismas que distaban de ser de buena calidad- fue rápidamente dominado por el interés de la burguesía dominante en los negocios y la política en desarrollar áreas costeras y muy particularmente Acapulco.

Esta localidad de escasos habitantes fue progresivamente invadida por los primeros hoteles y turistas internacionales y por los miembros de la élite mexicana ligada al cine, a la política y a las actividades económicas lucrativas que empezaron a repuntar a partir de los treinta cuando el país recuperó su tranquilidad. Esta ubicación a siete horas de la ciudad de México por tierra, no dejó de volverse una especie de imán para la clase media mexicana que crecía a la sombra de lo que después se llamará “desarrollo estabilizador” o “desarrollo por sustitución de importaciones”. Hablando de “importar”, el modo de vida americano fue adoptado sin restricciones por quienes anhelaban salir del “atraso” y conquistar su pequeña porción de modernidad. A  la par de la adquisición de viviendas modernas que seguían los patrones del funcionalismo arquitectónico de moda, de utensilios domésticos diversos que inducían a las amas de casa a imitar sus modelos americanos, las vacaciones a la playa se convirtieron en un anhelo creador de desarrollo.

En este contexto, se asistió a la articulación entre dos conjuntos de imaginarios: aquellos relacionados con la modernidad y los que remitían a imaginarios turísticos de naturaleza y ocio. El primer grupo conllevó a que el modelo turístico acapulqueño se sostuviera en hoteles en altura, con elevadoras, alfombras, bares americanos, aire acondicionado, discotecas y demás “pedazos” de una modernidad importada y descontextualizada con relación a la situación mexicana de la época. Por otra parte, para aquellos migrantes a la gran metrópolis mexicana (La ciudad de México rebasó su primer millón de habitantes hacia 1950), era natural asumir ese imaginario que recorrió el mundo y que planteaba a la playa, el sol y el mar, como los tres elementos fundamentales del imaginario del paraíso perdido que, como se ha analizado en numerosos trabajos, es el eje del modelo turístico costero que se ha impuesto como panacea para que países menos desarrollados pudieran “entrar en turismo”.

Acapulco mostró de manera contradictoria, una fuerte aceptación de los modelos de diseños de hoteles y estructuras turísticas de su época, pero careció siempre de la infraestructura urbana adecuada, lo que provocó, al paso de los años, que perdiera competitividad a nivel nacional e internacional, aun si procesos como el cierre de Cuba por la revolución de 1959 reorientó los flujos turísticos americanos hacia México.

2.    Un modelo llamado “planificado”

Hacia fines de los sesenta el modelo de Acapulco se había erosionado considerablemente, no todavía entre la clientela, sino más bien desde las perspectivas de su sustentabilidad ambiental y su articulación con la ciudad-destino: ésta, saturada de migrantes pobres en busca de un mejor destino, era formada por una delgada línea de lujo y placer –el frente de playa con los hoteles y algunas decenas de metros hacia el interior después de una avenida costera con equipamientos, comercios y residencias turísticas, y un amplio hinterland urbano que tomaba altura subiendo las laderas del anfiteatro natural de la bahía de Acapulco. Las descargas sin control de desechos sólidos y líquidos hacia la bahía provocaron una crisis ambiental dramática y todavía no totalmente solucionada.

En este contexto, el gobierno mexicano decidió de promover un nuevo desarrollo de gran escala, Cancún, cuyo diseño urbano planificado le permitiera evadir las contradicciones evidentes del modelo acapulqueño: Una larga sucesión de hoteles sobre una franja isleña, una zona urbana moderna separada de la zona hotelera, infraestructura de calidad y protección al ambiente constituyeron las orientaciones centrales del modelo, a lo cual un lujo ya erosionado en Acapulco se volvía la característica esencial para su promoción.
Este modelo creció con cierta dificultad al inicio para volverse el paradigma del desarrollo turístico costero en México, fruto de alabanzas en las esferas internacionales y de no pocas imitaciones como en Cuba y la República Dominicana: México parecía haber alcanzado el Parnaso de la calidad turística.

Por lo demás, otros desarrollos habían crecido a la sombra de los anteriores y tendrán sus modelos propios aunque todos basados sobre las mismas premisas: una masificación de la demanda, deseada por los promotores; un desarrollo “modernizador” con hoteles en altura, restaurantes de lujo, variados servicios de entretenimiento; desarrollo de marinas; en algunos casos recepción de cruceros; en breve, todos los atributos de un modelo globalizado de desarrollo turístico que ha recorrido el mundo como la panacea económica, y el anhelo de las masas en busca de descanso.

3.   Las alternativas

Las limitaciones de un modelo de ese tipo y las contradicciones evidentes de esos emprendimientos turísticos han sido subrayadas por muchos autores. Aun sin apoyos directos ni tantas inversiones, han florecido en México otros modelos turísticos con características muy diferentes. Presentaremos brevemente algunos modelos relevantes y nos dedicaremos por el resto de este escrito, a analizar cómo la ciudad de México, megalópolis por excelencia, ha construido un modelo propio que no carece de méritos.

Si bien el turismo de playa es una componente esencial no solo de los flujos turísticos nacionales sino de las inversiones que en materia turística se realizan en México, se presentan otros modelos, como el turismo hacia el interior. Esencialmente este turismo recibió por muchos años a mexicanos, en busca de la cultura nacional o regresando a sus lugares de origen en visita familiar o como turistas. A ellos se adjuntaron siempre una cantidad reducida de turistas internacionales más proclives a un acercamiento cultural a México  que a un ocio playero. Las ciudades llamadas “medias” pudieron así recibir su parte de maná turística y aprovecharon la nueva boga del aprecio para el patrimonio para rescatar sus centros históricos donde se desarrolla una oferta turística para varios niveles socioeconómicos. Esta situación ha sido particularmente exitosa en los últimos años.
La otra boga, la del regreso a un mundo más “natural” ha propiciado el llamado “ecoturismo” en sus formas más extremas como en sus aproximaciones vagas por empresas que han “enverdecido” sus negocios tradicionales. Este modelo, también en expansión, cuenta a su turno con el interés de propios y ajenos y se “vende bien” a nivel internacional. Al lado de estos dos modelos emergentes, otros siguen su curso como el de los “mochileros” (“Backpakers”), el turismo de aventura  el deportivo, en fin, una multiplicidad de opciones que han logrado desarrollar nichos interesantes de mercado.

Cabe ahora revisar la experiencia de la ciudad de México, particularmente relevante por la complejidad de una megalópolis de más de veinte millones de habitantes que ha logrado sortear muchas dificultades para desarrollar un modelo propio de turismo, lejos de las murallas de hormigón costeras de Acapulco o de las costas mediterráneas, y de los desarrollos ex-nihilo como Dubai o la misma Las Vegas. Si bien como lo señala Venturi y otros, hay algo que aprender de las Vegas, también no cabe duda que las lecciones suelan ser más negativas que positivas.

Cierta forma de turismo estuvo presente en la ciudad de México desde fines del siglo XIX, situación explicable por la sensible modernización de la misma emprendida por el dictador Porfirio Díaz, que atrajo no solo inversionistas ingleses, arquitectos italianos y franceses, gente del mundo del espectáculo, entre otros. Tiendas departamentales, un museo nacional de cierta relevancia, la calidad de sus edificaciones coloniales y la atracción que representaban sus nuevas construcciones oficiales fueron parte del atractivo de la ciudad. Con todas las diferencias que podemos encontrar obviamente, no cabe duda que la construcción del Palacio de Bellas Artes tuvo, para el desarrollo y la imagen de la ciudad, un efecto comparable con, por ejemplo, la reciente construcción del Museo Guggenheim en Bilbao o de la Ciudad de las Ciencias y las Artes de Valencia: pedazos de modernidad avanzada que modifican el paisaje urbano y aportan un toque de modernidad avanzada (por su época).

El factor que desencadenó el crecimiento de la actividad turística en México fue la edificación de nuevos hoteles por la Olimpiada de 1968; la disposición de hoteles modernos y el hecho de que el paso por la ciudad de México era obligado por la ausencia de conexiones directas entre el extranjero (e inclusive el resto del país) y los destinos de playa, fueron factores muy favorables para el desarrollo del turismo. Las dos líneas nacionales que daban servicio aéreo en aquel entonces (Mexicana de Aviación y Aeroméxico, ahora completadas con otras líneas desde la desregulación del aire de 1986 y la permisividad a los vuelos charters directos del extranjero hacia ciudades de playa) lograron un desarrollo considerable bajo el ala protectora del Estado central omnipresente en la aviación como en muchos otros sectores, entre el cual el turismo, para el cual desarrollaba infraestructuras, otorgaba financiamiento para hoteles y restaurantes esencialmente de calidad superior, y definía la política turística.

Lo que parecería esencial entender es cómo la ciudad de México entró en competición con los destinos de playa y con otros destinos internacionales urbanos, en el marco de una acérrima competencia entre ciudades en el contexto de la globalización.

La primera constatación remite a la relevancia del patrimonio construido: al igual que muchas ciudades en el mundo, la modernidad de los sesenta y los setenta del siglo pasado no dudó un momento en derrumbar joyas arquitectónicas del pasado. La política del buldócer ha sido signo de modernidad en México y por doquier. Sin embargo, lo que se llama “Centro Histórico de la ciudad de México” ha logrado cierto respecto por lo que todavía cuenta con más de 1600 edificios clasificados como patrimonio nacional, además de la declaración de 1984 del conjunto del centro como patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Como bien se sabe, esas declaraciones han sido la mejor sino la única respuesta a los destructores voraces. Y aun así, la presencia de edificios funcionalistas muchos de mal gusto, afea una ciudad de por sí compleja. Sin embargo, algunos como la Torre Latinoamericana, ejemplar paradigmático de la arquitectura moderna con sus 52 pisos, acabaron por ser integrados adecuadamente a la oferta monumental de la ciudad.  

De tal suerte, la ciudad cuenta, en su área central, con una mezcla interesante de arquitectura colonial, porfiriana (fines del siglo XIX e inicios del XX) y moderna (posterior a la segunda guerra mundial esencialmente). Paradigmático es el entorno de la Alameda central donde conviven todos los estilos en una suerte de paisaje multi o trans-temporal. Lo anterior ha sido también la garantía de que el centro mantenga una fuerte actividad económica, aun si la población residente ha conocido una baja considerable: millones de oficinistas transitan por el centro y una proporción de ellos siguen trabajando en el centro, aun si las casas matrices de los bancos, las principales oficinas de gobierno, y hasta las autoridades eclesiásticas han huido del centro hace décadas.

La actividad económica del centro genera movimiento, vida, presencia de servicios que contribuyen en la atracción hacia el Centro Histórico. Por otra parte, las tendencias a la recuperación de los centros históricos que se pueden ya plantear como una suerte de paradigma globalizado, han tenido efecto en la ciudad. Si bien el regreso de población hacía las áreas centrales se ha hecho lenta por el tráfico vehicular, las condiciones de inseguridad no totalmente controladas y la carencia de equipamientos y servicios, se puede observar tanto un proceso de “gentrificación” progresiva (que algunos autores prefieren llamar “elitización”) como un proceso de creación de nuevos negocios adaptados a las demandas conjuntas de los oficinistas que trabajan en el centro, de los nuevos residentes y…de los turistas. Así, el Centro Histórico ha emprendido una nueva vida sustentada en una población residente permanente (de “viejos” y “nuevos” habitantes), y un contingente importante (es más, decisivo en número de personas) de  residentes “efímeros” sean turistas, trabajadores que regresan a sus hogares periféricos en la noche o simples visitantes (urbanitas metropolitanos de compras, de paseo el fin de semana, resolviendo trámites por ejemplo).

La dimensión cultural de este modelo de vida urbana articulada con el turismo es una dimensión a la cual no se puede escapar. La multiplicación de museos por ejemplo, ha sido ejemplar en la ciudad: más de cien museos a la fecha, de diversos tamaños, relevancia y sabores, es algo que debe señalarse. La riqueza tradicional de la cultura mexicana puede explicar este aspecto, pero no debe menospreciarse la actividad creativa de instituciones (por ejemplo el Museo Interactivo de Economía que desarrolló el Banco Central), de empresas (el Museo del Zapato de la tienda Borseguí) o el Museo del Estanquillo promovido por Carlos Monsiváis, destacado cronista de la vida megapolitana de la ciudad de México, que no duda en calificar de post-apocalíptica.

A este contexto céntrico que constituye la mayor parte de la oferta y de la demanda turística, habrá que agregar aquellos barrios tradicionales, antiguas localidades que fueron absorbidas por la trama urbana de fuerte expansión, como Coyoacán o San Ángel, o la zona lacustre de Xochimilco, que sigue encarnando un imaginario de vida campestre que muchos urbanitas de la ciudad de México añoran, sabiéndolo o no.

4.    ¿Hacia dónde?

Nadie negará la relevancia para el turismo mundial del modelo masivo de “sol y playa” aunque mucho no nos guste: concentra las inversiones, genera la mayor cantidad de empleos y de captación de divisas para las economías locales y –no lo olvidemos- sigue manteniendo una demanda muy intensa. Si bien se han acumulado los problemas en los últimos años, unos externos como el reciente virus AH1N1, los ataques terroristas y obviamente la crisis económica, otros internos como sus espectaculares efectos de degradación ambiental o la crisis inmobiliaria, no cabe duda que la menor chispa de nuevo crecimiento de las economías desarrolladas, da marcha para un nuevo avance de este modelo.

Sin embargo, existen alternativas como lo demuestran experiencias a lo largo del mundo. El caso de la ciudad de México es particularmente relevante porque no solamente la ciudad presenta condiciones difíciles sino porque la competencia interna de los destinos balnearios es inmensa. En la ciudad de México, sin una tremenda participación del Estado como por ejemplo en Cancún, se ha logrado consolidar un modelo que parece tener buenas perspectivas.

Asociándose el turismo con la vida cotidiana de las ciudades tiene serias ventajas, como es, de principio, el uso compartido de infraestructura entre residentes y turistas. Esto es evidentemente lo propio del turismo urbano en general y debe reconocerse que también puede llevar a ciertas contradicciones. También suena particularmente interesante que la condición de urbanita efímero que adquiere el turista en un centro histórico por ejemplo (sea Londres, México, Madrid o Barcelona) es una demanda real de la población mundial: mientras que los modelos morfológicos urbanos actuales imponen la residencia periférica de las mayorías, se ha construido un imaginario de regreso a la vida urbana particularmente intenso que tiende a modificar los imaginarios turísticos y canalizarlos más hacia los pocos lugares donde la vida urbana se mantiene más intensa. Por ello es que, a pesar de los problemas ya mencionados, un Centro Histórico como el de la ciudad de México, ofrece atractivos evidentes para estos nuevos turistas que privilegian su fusión en la vida urbana antes de otras actividades: por ello es que se pueden multiplicar nuevas actividades que les ofrecen servicios también dirigidos a los demás habitantes, a la población que trabaja o transita por el centro.

La reconstrucción de nuevos estilos de vida, basados en la intensidad de las relaciones urbanas, en la ciudad como objeto de deseo, y en la posibilidad de compartir la experiencia urbana, representa una potencialidad de mejorar los centros urbanos, intensificar la vida urbana, recalificar las actividades intraurbanas y ofrecer mejores condiciones de vida en corazones metropolitanos que suelen haberse degradado sustancialmente en el marco de la modernidad destructora del pasado.

lunes, 26 de marzo de 2012

LOS ESPACIOS OSCUROS


La venida del Papa a México, rodeada de una extrema parafernalia político-mediática, me ha llevado a volver a pensar en mi infancia, en mi educación católica a la luz del despliegue de las perversidades perpetradas por sacerdotes y monjas en contra de niños y niñas de por el mundo.
Puedo afortunadamente ofrecer unas reflexiones sobre ell, sin haber tenido que sufrir en carne propia la pederastia eclesiástica. Pero si el dato de Geoffrey Robertson es cierto, ese 10% de sacerdotes pedófilos es una auténtica monstruosidad y sus víctimas pueblan todos los rincones del planeta. Por ello no puedo dejar de escribir unas líneas y ponerlas en línea.
Vengo de una familia profundamente católica del lado de mi madre, mi abuelo fue miembro activo de la Cofradía de San Vicente de Paul, una institución caritativa por lo demás respetable; lo anterior me permitió, desde niño, en ocasiones que acompañé a mi abuelo en su giras de distribución de apoyo para los más necesitados, conocer la profunda miseria en la cual se encontraba atrapada ciertos segmentos de la población belga a pesar de estar en el mejor momento de la historia económica europea, esas tres décadas del llamado “fordismo” que siguió a la segunda guerra mundial. Siento que ello me dio una sensibilidad especial a esa miseria que para mí era insoportable.
Obviamente tuve que pasar por la educación católica; en Bélgica era generalmente de mejor nivel e igual de gratuita que la laica por el Concordato entre el estado belga y el Vaticano que le otorgaba muchos beneficios. Mis recuerdos no son malos ni tampoco gratos; una educación férrea, algunos sacerdotes, otros laicos, unos de ellos educadores espléndidos como mi profesor de Historia en la Preparatoria. Mucha gente dedicada a lo suyo, buena, profesional, amable.
Pero al lado de ellos, entre los sacerdotes, había por lo menos uno del cual me recuerdo particularmente bien, que tenía su reputación bien establecida: “no te acerques a él” te decían los más grandes. La fratria de alumnos evitó a muchos pasar ratos terribles. Es cura tenía la fama de usar el confesionario al cual teníamos que acudir mínimo cada semana antes de la misa, para invitarte a discutir sobre tus pecados (¿cuáles pecados a esa edad?)…¡en su cuarto!….recuerdo como si fuera ayer, su olor bucal a café con leche y pan con mantequilla y sus manos de las cuales había que desconfiar. Aprendí rápidamente de lo que se trataba, y no solo guardé distancia, sino que además tomé la precaución de evitar la confesión o de solo “soltar” lo mínimo para no recibir invitaciones incongruas. También evitar de encontrarme ese personaje asqueroso en lugares oscuros.
Y este es el tema central de lo que quería comentar en esta nota desde mi posición de geógrafo que no puedo dejar de lado aun comentando temas como ese. La existencia de espacios oscuros ha sido una fatal aliada de los sacerdotes para cometer esos crímenes. El ligue en el confesionario; el paso al acto en la sacristía, en el cuarto del clérigo o de la monja; el arrinconamiento del pequeño o la pequeña en algún espacio oscuro donde no es tan fácil ser visto, pero desde el cual también es imposible pedir socorro. El espacio oscuro es el espacio donde todo puede pasar. A diferencia de la calidad de los espacios domésticos que marcaron nuestra infancia, como bien lo explica Gaston Bachelard en su Poética del espacio, los espacios oscuros de las iglesias, de los conventos y de las escuelas han sido sin lugar a duda la peor trampa para los infantes. La Doctora Amparo Espinosa Rugarcia que presentó hace poco de manera admirable el libro de Robertson que ella misma hizo publicar, habló de una sesión muy desagradable que tuvo que pasar en un testimonio que presentó, todo ello en un espacio de un metro cuadrado.
Recuerdo que en 1981, el eminente sacerdote Joseph Lemercier, quien introdujo el psicoanálisis en el convento de benedictinos en Cuernavaca, contó durante una comida social en la cual estuve afortunadamente invitado, que cuando Roma le pidió cuentas, literalmente lo tenían secuestrado y que fue sometido a interrogatorios en celdas oscuras por personas enmascaradas: nuevamente, los lugares oscuros, la parafernalia de la represión, que ha sido usada ampliamente por la jerarquía católica.
Eso me lleva finalmente a un comentario sobre la Plaza Santo Domingo de la ciudad de México. Las celdas y mazmorras de la Inquisición se encontraban en el edificio de la Escuela de Medicina, a unos pasos de la Iglesia de los dominicanos, de los cuales se conoce la sumisión a la Inquisición en la ejecución de sus bajos artes. En el curso de una investigación sobre la Plaza, me percaté lo vacio y árido que se encontraba siempre el tramo de la plaza entre la calle de Belisario Domínguez y la Iglesia. Siempre pensé que la maldad acumulada en los espacios oscuros del edificio de la Inquisición, había permeado el espacio de la Plaza y generaban una topofobia quizás inconsciente del transeúnte hacia esa mitad del espacio de la plaza.
Demasiada creencia en el poder del espacio dirán algunos. Quizás…pero la escritora Silvia Molina cuenta que una de las leyendas actuales sobre el lugar es que los hombres y las mujeres que fueron torturados en las mazmorras de la Inquisición salen de noche en harapos llorando por sus familiares, pero que, además, los teporochos que habitan la plaza dialogan con ellos.
Los espacios oscuros conviven con nuestros espacios diurnos, quizás no porque albergan fantasmas, sino porque son la contraparte de la luz, de la felicidad y de la calidad del espacio que todos buscamos. En esos espacios oscuros muchos han perdido la inocencia de su infancia, como lo cuenta Christiane Rochefort en La puerta del fondo  sobre la pedofilia, y que fue laureado del premio literario francés Medicis en 1988.
Por ello, es hora de hacer la luz sobre esas historias infames, castigar quienes han destruido infancias, y buscar que todos los espacios sean de luz y no de oscuridad.

REFERENCIAS:
Bachelard, Gaston (1965 [1956]), La poética del espacio, México: Fondo de Cultura Económica.
Molina, Silvia (2007) “El barrio de Santo Domingo y sus estrellas”, Revista de la UNAM, N° 43.
Para la presentación del Libro por la Doctora Espinosa, consultar: http://www.demacvirtual.org.mx/content/caso-papa#comment-2384
Robertson, Geoffrey (2012), El Caso del Papa, México: Editorial Demac.
Rochefort, Christiane (1989), La puerta del fondo, Barcelona: Editorial Seix Barral

jueves, 22 de diciembre de 2011

ADIÓS A SANTA


A veces siento que ciertas advertencias neomarxistas a la David Harvey o a la Neil Smith son puras exageraciones: ¿Cómo es eso del “revanchismo urbano” de las burguesías que quieren retomar los Centros Históricos? ¿Sería cierto que estamos frente a una guerra a la Custer? ¿Matar indios, robarles el territorio? Nada más faltaría que se corten orejas como en la conquista del Oeste americano y la Guerra del Desierto en Argentina…No, señores, ¡estamos en el siglo XXI no en el XIX! ¿No creen que exageran un poco? ¿No sería que tienen el “complejo de Moyssan” o sea que ven maldad por todas partes donde él ve extraterrestres?
Y sin embargo, anoche que oí el noticiero televisivo me quedé pasmado al oír que el gobierno de “izquierda” del Distrito Federal había tomado la decisión de cancelar, a partir del 2012, la presencia de la verbena popular de Santa y los Reyes Magos en la Alameda de la ciudad de México. Por sesenta años, la población de la ciudad se acostumbró a ir a ver a Santa a la Alameda. Sacarse la foto en uno de los cuarenta paisajes-escenarios fue el placer de pequeños y grandes. Juegos, manzanas en dulce, el famosísimo algodón con sus colores pasteles, la romería de todo tipo, todo eso debe desaparecer para el año 2012. Y no olvidemos los Reyes Magos: ellos también son parte de una vida urbana rica en sabores, colores y afectos de todo tipo.
Pero ya no. La explicación que dió un funcionario en la entrevista televisiva es evidente: ya son muchas personas las que acuden, y es mejor pasar esa romería al Palacio de los Deportes. Será entonces un evento más entre competencias deportivas y ferias del regalo, de la novia, del empleo y de cualquier cosa. Pero la romería de diciembre tiene otro sentido, es otra tradición y no se puede equiparar tan fácilmente con los eventos consumistas que suele albergar el Palacio de los Deportes.
La falta de sensibilidad del gobierno es evidente, pero peor aun es el segundo argumento apenas deslizado en la entrevista: “unos inversionistas privados se interesan en mejorar y reforestar la Alameda”. Ya salió el peine…”gentrificar” la Alameda es un tema central ahora. Claro, si han visto las publicidades inmobiliarias para los nuevos conjuntos frente a la Alameda y en ese perímetro en renovación que queda atrás de la avenida Juárez, se entiende perfectamente. La imaginería manejada por los promotores presenta a la Alameda como una suerte de Central Park neoyorkino, un buen argumento para vender caro unos departamentos modernos para clase media con sueños americanos en todos los lóbulos de sus reducidos cerebros. Se trata de poder ir a hacer el “jogging” en “Central Alamída” (favor de pronunciar en buen inglés no como Peña Nieto, por favor) y de pasear “french poddle”, chihuahuas, pekineses y otras bolas de pelos para departamentos sin tener que cruzarse con las clases peligrosas.
Pero sacar a la “prole” de la Alameda no se podrá resolver solo con quitar el evento decembrino: falta quitar los ancianos que descansan en uno de los pocos espacios verdes del Centro Histórico; los empleados domésticos que vienen a buscar en ese espacio un poco de su pueblo perdido; los diversos grupos de personas que bailan los domingos, sin olvidar los homosexuales que tienen su rincón de paz en el fin de semana.
Adiós diversidad sexual, etaria, religiosa, social y demás…¡David y Neil tienen razón! Resulta urgente para un gobierno de “izquierda” que busca una buena imagen con el capital, limpiar esos espacios públicos tan atractivos para los Bobos (Bohemian Bourgeois)y demás amantes de una supuesta vida urbana a cuya destrucción contribuyen ampliamente. ¿Una contradicción más? No es así, la izquierda que ya sacó los niños de la calle del Centro, que removió a los ambulantes sin ofrecerles una verdadera alternativa, y que se asocia con el gran capital para renovar una ciudad solo es el instrumento de una recuperación de la ciudad a beneficio de los que pueden pagar por ella.
¿No sería tiempo de “indignarse” como lo propone Stéphane Hessel?

miércoles, 14 de diciembre de 2011

DIASPORA JUDIA Y MEXICO

Tan lejos nos parece el genocidio perpetrado por los nazis, que a veces resulta todo queda nublado por impresiones vagas, y recuerdos de películas o documentales. Y sin embargo, ese evento que marcó el siglo XX y la historia de la humanidad de manera indeleble, no deja de ser el hito mayor de la violencia salvaje, de la xenofobia, de la deshumanización.
Por ello es que vale todavía, hoy y cada día, recordar, es decir hacer nuestro trabajo de memoria sobre tal evento. Hoy lo haré a partir de una conversación que tuve con Liliana López Levi, una conocida geografa de la Universidad Autónoma Metropolitana campus Xochimilco de la ciudad de México. Hablabamos, en los resquicios de un evento sobre Teorías Urbanas, de los niños de Morelia, aquellos pequeños que fueron salvados gracias a la respuesta formidable que tuvo el gobierno del Presidente Lázaro Cárdenas del Rio (1934-1940) que los trajo a México y los asiló en la ciudad de Morelia, donde les dió el cobijo necesario hasta su mayoría. Algo que engrandece a México y que será recordado por largos años más por la generación rescatada del infierno de la guerra civil y por sus hijos y nietos, así como por el pueblo español en general. Liliana me contó que, por desgracia, la actitud frente a los judios, unos años después, no fue tan benevolente. Me acaba de mandar una cita particularmente traumática que reproduzco a continuación: Es un fragmento de la Circular Confidencial num. 157, enviada por la Secretaria de Gobernación a la secretaría de Relaciones Exteriores, México D.F., a 11 de agosto de 1934, que dice: Por último, esta Secretaría ha creído conveniente atacar el problema creado por la inmigración judía, que más que ninguna otra, por sus características psicológicas y morales, […], resulta indeseable; y en consecuencia no podrán emigrar al país, ni como inversionistas en los términos del Acuerdo de fecha 16 de febrero anterior 1934[…]si se descubre que es de origen judío, no obstante la nacionalidad a que pertenezca, deberá prohibírsele su entrada, dando aviso inmediato por la vía telefónica a esta Secretaria. 

Dos pesos, dos medidas...una clara evidencia más de la presencia nazi en México y de su influencia sobre las políticas de la época. Una triste advertencia de que en países generosos puede haber signos de bajeza moral. Habrá que recordar también el trato que el gobierno francés dió a los exiliados republicanos que cruzaron la frontera gala y fueron encarcelados durante años en campos miserables donde muchos perecieron. 

A este respecto, el libro de Jordi Soler (los Rojos de Ultramar) dibuja un panorama desolador de estos campos, particularmente el de Argeles-sur-Mer, hoy un lindo destino turístico costero del Mediterráneo francés, a un paso de la frontera española, cuyos visitantes ignoran todo de la masacre ejecutada en el lugar mismo donde tienden sus toallas para tomar el sol. Hechos de un gobierno francés de izquierda por cierto, no muy diferente del gobierno colaboracionista del viejo mariscal Pétain durante la segunda guerra. 

Después de comentar el nomadismo en una entrega anterior, me pareció necesario insertar esta nota y estos comentarios: el nomadismo, hoy sanctificado por la posmodernidad, también muestra tonos al rojo vivo, cuando se trata de personas desplazadas, humiliadas y ejecutadas sin más razón que un odio ciego. Y esto sigue siendo el pan de cada día.... 

Sobre el tema de la recepción de los judios en México en los previos a la guerra, la referencia de la cual sale la cita anterior que me mandó Liliana es: Daniela Gleizer, México frente a la inmigración de refugiados judíos 1934-1940, México, CONACULTA, INAH, Fundación Eduardo Cohen, 2000.

domingo, 20 de noviembre de 2011

TO TRAMP THE WORLD

Yi-Fu Tuan, en un texto de 2004 (Place, art and Space, Center for American Spaces, Santa Fé, Nuevo México) usa la expresión “to tramp the world” que se puede traducir por “vagabundear en el mundo” en referencia a un joven que se dedicó a recorrer el mundo sin orden previo. Esto me lleva a escribir unas notas sobre el "nomadismo" en nuestras sociedades actuales, un tema que busca articular la noción del ser, con la del arraigo al espacio, algo que confunde mucho los geógrafos desde siempre. Empezaré por unos recuerdos y reflexiones de mis vivencias personales que apuntan, en mi entender, directamente al tema. La primera remonta a mis primeros años de vida. Quizás tenía seis años. Mi abuelo solía ir el domingo al "Circulo Católico" de su ciudad natal, Erquelinnes, ubicada en la frontera franco-belga. Constituidos para enfrentar el alcoholismo del proletariado, los múltiples círculos de este tipo también atraían la gente bien, católicos persignados y atentos a la salud moral de sus congéneres. Ese domingo, mi abuelo jugaba billar, con mi padre y mi tío, en ese momento bendito para ellos entre la misa de las 10 y la hora sagrada de la comida, iniciando con un consabido aperitivo de Oporto, sin duda mejor que el vino de consagrar que se empinaba el cura. En el local entró un hombre sencillo: no un vagabundo sucio y andrajoso, sino un trabajador limpio, vestido con ropa tan modesta como sus ademanes discretos. Pidió una cerveza que le sirvió el cantinero. Después, este se fue a la parte privada del local, desde donde habló a los gendarmes. Ni tardos ni perezosos, estos se hicieron presentes en unos breves minutos, ni siquiera el tiempo suficiente para que el hombre terminara su cerveza. Inmediatamente le pidieron sus papeles, le obligaron a exhibir una cantidad mínima de dinero, que éste no tenía, y al fin lo llevaron por vagabundo. Puedo acordarme todavía de mi coraje, de mi sensación de injusticia hacia ese hombre que solo tenía sed, y quería tomar una simple cerveza. Era de esos trabajadores itinerantes que iban de granja a granja a ofrecer sus servicios, jornaleros nómadas que vivían entre granja y granja, caminando por veredas del campo, personajes que tan bien describió el escritor francés Jean Giono en sus obras sobre la Provenza de la primera mitad del siglo XX. Para la mentalidad de mi infancia, era peligroso el hombre que no tenía domicilio fijo, que no podía demostrar una dirección clara y tener un mínimo de recursos en el bolsillo. Con la modernización del campo y el boom económico de los sesenta, esas figuras tradicionales desparecieron. Dejé de ver a esos trabajadores con la cara arrugada de tanto sol, con ese paliacate rojo en torno al cuello que servía para todo, desde secarse la transpiración, como envolver algo, con esas bolsas tan reducidas donde llevaban prendas y objetos personales (¿qué podían llevar en esas bolsas? me preguntaba yo...). Más grande, los nómadas siempre me atrajeron: los gitanos en primer lugar; sin orígenes fijos, envueltos de misterio y de leyendas sobre la belleza de sus mujeres; músicos extraordinarios unos como el guitarrista de Jazz Django Reinhardt que, por cierto, nació en Charleroi (cerca del lugar de origen de mi familia) seguramente una escala más en los deambulares de su familia gitana. También los judios: nómadas involuntarios, forzados a la diaspora, reunidos finalmente en una patria medio legítima medio robada. Me gustan los ojos de las mujeres judías, quizás porque reflejan tantos paisajes reales o soñados que llevan en sí, a veces sin saberlo. Me gustan los mongoles y sus deambulares en esos territorios que parecen incapaces de nutrir ni a una humilde vaca. Cuando estudié arquitectura, me enamoré de sus tiendas-casas, tan comodas y relativamente fáciles de montar: una lección de tecnología para crear un habitat mínimo y funcional que todas las mentes que trabajan en Ikea están lejos de poder imitar en sus ´lineas de "mobiliario mínimo". Hace poco hice la cuenta: viví en 17 casas diferentes desde mi nacimiento. No es ningún reto a la estabilidad, sino el resultado de un modo de vida ni siquiera precario, sino simplemente móvil. No me siento un Jack Kerouac que se la pasa "en el camino". ni quisiera emularlo. No obstante profeso mi admiración por los beatkniks y sus búsquedas tanto espirituales como cuasi geográficas y por ello escribó un ensayo sobre ellos. Lo reconozco, la movilidad me trabaja por adentro, me llama, no el camino en sí, sino el descubrimiento: pero éste solo se puede lograr a partir del movimiento, de la apropiación del camino, del andar entre paisajes siempre cambiantes y por ende efímeros. Y esto me lleva a unas reflexiones finales a manera de preguntas que espero poder desarrollar y quizás en parte responder en otras notas como ésta: ¿De qué manera la movilidad transforma nuestro ser? ¿Será que el homo-movil es mejor que el sedentario, al contrario de lo que se profesó por muchos siglos en el mundo occidental? y si aceptáramos más la movilidad, no a la manera neoliberal sino como un compromiso con el mundo, ¿cómo evolucionaría nuestra visión del mundo? ¿la humanidad sería más pacífica? En este sentido, quizás las famosas NTIC, las nuevas técnicas de información y comunicación tienen algo bueno ya que nos permiten ser nómadas en el mundo virtual y sedentarios en el mundo real; quizás por eso el turismo (inteligente, ¡obvio!) es un avance de la humanidad. Tengo muchas preguntas más...muchas preguntas que atacan nuestro núcleo duro de conformismo, en el cual el conformismo del sedentarismo es quizás el peor, porque lleva, pienso yo, al odio del otro, a lo patriotero, a la cerrazón, al único respeto por lo que es cerca. Seguiré...

miércoles, 19 de octubre de 2011

RECLUS NUEVAMENTE: ¿DETERMINISMO O SENTIDO DEL LUGAR?

En esta ocasión, les presento un extracto de la Geografía de Francia, Tomo II de la Geografía Universal de Eliseo Reclus; el texto versa sobre Bretaña, su paisaje, el arraigo de los bretones a su medio...quizás algo de determinismo, dirán algunos; yo me inclino más por la aguda observación de un profundo sentido del lugar de los bretones, un arraigo a su tierra, y la "morriña" que se siente al dejar su tierra...

"Morriña", una palabra muy castiza y poco usada pero que expresa tan sonoramente una pérdida, una extrañamiento de la tierra de origen..."le mal du pays" como dicen los franceses...

Va entonces el extracto del texto de Eliseo Reclus en castellano y su versión original, para los puristas.

« Souvent un ciel bas et sombre pèse sur l’espace et donne à la nature entière une physionomie de tristesse et de désespoir. Pendant les beaux jours, la mélancolie de la terre et du ciel fait place à une joie toute intime et contenue, si discrète qu’elle ose a peine se révéler: on la sent, mais elle ne se montre pas. Tels sont les paysages de Bretagne. Le charme pénétrant en agit avec d’autant plus de force sur les paysans bretons qui la plupart n’ont pas encore modifié leur milieu par l’industrie ni renouvelé leur esprit par l’étude. Aussi les bretons dépaysés se laissent-ils souvent envahir par la nostalgie: enfermant obstinément leur pensée dans le souvenir de la patrie, ils meurent a tout ce qui les entoure et finissent par s’éteindre sans savoir échapper a l’étreinte de leur rêve ». (Reclus, 1883, Nouvelle Géographie Universelle, la terre et les hommes, Tome II La France, Paris: Librairie Hachette et Cie, pp. 597).

“Con frecuencia un cielo bajo y sombrío pesa sobre el espacio y da a la naturaleza entera una fisionomía de tristeza y de desesperanza. Durante la temporada buena, la melancolía de la tierra y del cielo deja lugar a una alegría toda íntima y contenida, tan discreta que apenas si osa revelarse: se siente pero ella no se muestra. Así son los paisajes de Bretaña. El encanto penetrante actúa con tanta más fuerza sobre los campesinos bretones, por el hecho que la mayoría de ellos todavía no han modificado su medio por la industria ni su espíritu por el estudio. Así los bretones fuera de su lugar de origen, con frecuencia se dejan invadir por la nostalgia: encerrando obstinadamente su pensamiento en el recuerdo de su patria, mueren a todo lo que los rodea, y acaban por extinguirse sin saber cómo escapar al abrazo de su sueño”. Reclus, 1883, Nouvelle Géographie Universelle, la terre et les hommes, Tome II La France, Paris: Librairie Hachette et Cie, pp. 597).

lunes, 13 de junio de 2011

EL MAPA Y EL TERRITORIO


No suelo ser comprador compulsivo de las obras literarias en lengua francesa premiadas por cábalas de “especialistas”; más bien diría que me causan repulsión. Pero frente al título “La carte et le territoire” (“El Mapa y el Territorio” ), última obra de Michel Houellebecq y premio Goncourt 2010, mi corazón “geográfico” no pudo resistir a la tentación de leerlo. A decir verdad, Houellebecq es un escritor muy particular en la constelación literaria francesa: en cierta forma marginal, rockero, tocando temas inquietantes y controvertidos socialmente hablando, no resulta ser un personaje particularmente atractivo, y sus obras inquietan tanto como atraen . Houellebecq es –afortunadamente- alguien que no conoce la expresión “políticamente correcto….
De su amplia producción, no toda reconocida por los críticos, destacaré “las partículas elementales” donde retrasa a su manera algo voyerista y cínica, el malestar de una generación. “Plataforma” , un libro en el cual este malestar se conjuga con el turismo sexual, resultó ser una bomba para muchos lectores, e inclusive le valió una demanda de los editores de la guía turística “Le Guide du Routard”, adulada tanto por los residuos de la época hippie como por los Bobos (Burgueses Bohemios), por el tono particularmente despreciativa con el cual un personaje de la obra habla de esa guía, misma que confunde muchas cosas de México y allende nuestras fronteras.
Houellebecq, en esta nueva entrega, nos ofrece una novela particularmente atractiva que retoma sus reflexiones anteriores sobre su generación, una visión particularmente autocrítica de su propia persona que se vuelve un personaje clave de la obra y una trama donde la novela policiaca no es ausente . Todo ello con dosis muy fuertes de cinismo, de crítica social encubierta o directa, a través de una prosa quizás seca, directa y sin enroscamientos en torno a iluminaciones pseudo- filosóficas. A sus 53 años (nació el 28 de febrero de 1958), para muchos el escritor es el representante de cierta generación, “la generación Houellebecq” que exhibe el abismo interno de sus miembros en la representación de los personajes de sus obras.
Jed Martin, el personaje principal de la obra, hijo de un arquitecto enriquecido por la construcción de desarrollos turísticos, y con una madre que se suicida muy joven, se frota con la carrera de arquitecto, dibuja y se ubica en una posición diletante frente al mercado laboral. El azar de un viaje en automóvil con su padre para ir al entierro de su abuela, lo hace descubrir los mapas carreteros de la empresa Michelin, famosa sobre todo por su producción de llantas. Houellebecq hace decir a Jed:
“Este mapa era sublime…[…]…Nunca había contemplado un objeto tan magnífico, tan rico de emoción y de sentido como estas mapas Michelin escala 1/150,000 de la Creuse, Haute-Vienne. La esencia de la modernidad, de la aprehensión científica y técnica del mundo se encuentra mezclada con la esencia de la vida animal. El dibujo era complejo y bonito, de una claridad absoluta, utilizando solamente un código restringido de colores. Pero en cada una de las aldeas, de los pueblos representados según su importancia, se siente la palpitación , el llamado de docenas de vidas humanas, de docenas o cientos de ánimas-unas prometidas a la damnación, las otras a la vida eterna” (2010: 54).
El descubrimiento estético de Jed Martín lo llevará a consagrar una fase de su exitosa vida artística a la fotografía de esos mapas, fotografías que llegaron, según la novela, a volverse verdaderas obras de arte. El mecenazgo de la misma empresa Michelin, fascinada de ver sus mapas tradicionales transformados en arte y claramente consciente de lo que el aval artístico puede significar para sus volúmenes de venta, llevan a Jed Martín a un éxito poco ordinario en el mundo del arte. Las reproducciones fotográficas se venden a buen precio, a través de una página especializada tal y como ocurre con los clichés tomados por fotógrafos de reputación internacional.
Ver al mapa como una obra de arte, particularmente cuando éste se ha vuelto de una precisión técnica irreprochable, con convenciones muy establecidas, puede ser entendido como una cierta mirada crítica y cínica de Houellebecq frente a un mercado del arte particularmente especulativo, para el cualsubastar un dibujo en la esquina de un mantel de papel de cierto artista conocido puede llevar a ganas millones.
Pero a la vez, nos vuelve a lanzar una interrogación particularmente fuerte sobre la relación entre la producción del conocimiento geográfico y la estética. Humboldt fue sin duda el primero en hablar del goce estético frente al conocimiento geográfico en la introducción de su gran obra “Cosmos”. Pero frente a la rigidez de las convenciones cartográficas y a la tesitura científico-idolatra de ciertas corrientes geográficas, tenemos derecho a preguntarnos sobre la permanencia de un sentimiento estético en la geografía.
Esta parte, aunque no sea el centro de la novela, donde el autor llega a introducir la “artialización” de la cartografía tradicional a través de la fotografía artística de los mapas que emprende el personaje central, es eminentemente reveladora de una tendencia instructiva para quienes practicamos la geografía, no solo como actividad alimenticia sino esencialmente como promesa de conocimiento y de satisfacción científica. El conocimiento en sí es obra de arte para la humanidad y como tal merece un reconocimiento en ese sentido. Por ello es que no pocos geógrafos o cientistas sociales aparentados no dudan en releer a sus “clásicos” con una mirada distinta, donde la calidad artística (sea el talento literario, sea la expresividad del mapa o de la fotografía) forma parte inherente de la calidad de la obra y realza el conocimiento. En verdad, las fotos, películas y series televisivas de YannArthus-Bertrand ¿no son ahora quizás la mejor forma de enseñar a los estudiantes la belleza intrínseca de la naturaleza como forma de generar un verdadero amor por el planeta tierra que el desarrollo faústico borró de nuestras mentes?
Aparte de esta reflexión y de la relación a la geografía que proviene de esta línea de desarrollo de la novela, quiero señalar una segunda y última que me parece de una justeza de juicio particularmente fuerte: el autor hace una presentación crítica de la transformación de los pueblos rurales franceses en un futuro no tan lejano, cuando éstos, retomados por los “nuevos habitantes rurales” lo transformaron de aldeas retrógradas y desiertas en pequeñas concentraciones humanas abiertas, cosmopolitas y de regreso “al terruño”: una lectura obligatoria para todos aquellos que se interrogan sobre los impactos de las “migraciones de amenidades” (aquellos movimientos de población generados por el deseo de una vida mejor, como la de los americanos a ciertas ciudades de México o de los ingleses al sur de Francia) y de la nueva urbanización de las áreas rurales.
Con Houellebecq es difícil saber dónde empieza la crítica cínica de los que expone y dónde plasma un verdadero sentimiento y una reflexión sentida sobre los temas de sus novelas: que critique el mercado del arte, no lo podemos dudar; que encontró esa estética cartográfica que subraya a través de la fotografía de mapas que emprende su personaje central, no me atrevería a afirmar que es real o quizás es solamente parte de la subversión irremediable de todos los temas que atraviesa sus obras. Pero para el geógrafo, no nos puede dejar indiferente esos momentos de una obra literaria que, en este caso, mereció ampliamente el reconocimiento que le otorgaron. Además cualquier obra literaria es parte de este conocimiento del mundo al cual nuestra profesión contribuye también a su manera.